sábado, 15 de enero de 2011

La neurología de la motivación

Aunque todavía no comprendamos exactamente el modo como ocurre, es muy probable que las distintas motivaciones pon­gan en marcha diferentes combinaciones de agentes químicos ce­rebrales. Sabemos que la amígdala alberga los circuitos cerebra­les globales de la motivación. En este sentido, el aprendizaje emocional que determina nuestras actividades preferidas, así como el repertorio de recuerdos, sentimientos y hábitos asociados a estas actividades, se halla almacenado en los bancos de memo­ria emocionales de la amígdala y en sus circuitos asociados.

Una frustración para los investigadores de la inteligencia artifi­cial que tratan de construir dispositivos robóticos que puedan ver y oír como los humanos es que los ordenadores carecen de la guía que proporcionan las emociones porque, en ausencia de un banco de memoria emocional que nos ayude a reconocer inmediatamen­te lo que más importa -los datos que despiertan nuestros senti­mientos-, los ordenadores carecen de la clave más importante y otorgan el mismo valor a todo lo que ven y oyen, con lo cual son incapaces de elegir lo que más importa en un determinado mo­mento. Los ordenadores carecen, en suma, de la orientación que nos proporcionan nuestras emociones y nuestras motivaciones.

Nuestros motivos dirigen la conciencia hacia las oportunidades que más nos interesan. La amígdala forma parte de una especie de “puerta neurológica” que debe atravesar cualquier cosa que nos in­terese -que nos motive- en función de su valor como incentivo, una especie de distribuidor de nuestras prioridades vitales.

Las personas que padecen enfermedades o traumas cerebrales que les privan de la amígdala (pero dejan intacto el resto del cerebro) experimentan un trastorno motivacional. Son incapaces de distinguir entre lo que les importa y lo que les resulta irrelevante, entre lo que les mueve y lo que les deja fríos, en cuyo caso, todos los actos pasan a tener la misma importancia emocional y, en consecuencia, todo se vuelve neutro. 

El resultado es una apatía paralizadora o una entrega incondicional e indiscriminada a todos nuestros apetitos.

Los circuitos nerviosos de la motivación -la brújula que nos ayuda a movernos por la vida- están ligados a los lóbulos pre-frontales, el centro ejecutivo del cerebro que proporciona el con­texto y la adecuación necesaria a los impulsos de la amígdala. La región prefrontal alberga una serie de neuronas inhibitorias que pueden vetar o adaptar los impulsos procedentes de la amígdala, agregando una dosis de cautela al circuito neurológico de la mo­tivación. Así pues, mientras que la amígdala nos impulsa a ac­tuar, los lóbulos prefrontales quieren saber antes de qué se trata.

Los trabajadores “estrella” se caracterizan por tres competen­cias motivacionales fundamentales:

• Logro: El impulso que nos lleva a mejorar o descollar
• Compromiso: La capacidad de asumir la visión y los objeti-
vos de la organización o el grupo
• Iniciativa y optimismo: Competencias que movilizan a las
personas para aprovechar las oportunidades y superar los contratiempos

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